miércoles, 23 de septiembre de 2009

Vestigio de un Mundo Perdido y el Valor de las Colecciones Científicas

Como está contado en el ensayo acerca de la historia de la ornitología de Colombia publicado hace un tiempo por Luis Germán Naranjo en Ornitología Colombiana y en más detalle en la tesis doctoral de Camilo Quintero, por mucho tiempo (buena parte del siglo XIX y principios del XX) Bogotá fue un centro de comercio y exportación de pieles de aves desde Colombia hacia otras partes del mundo. Esta actividad, que pretendía satisfacer las necesidades de la moda de la época (sombreros llenos de colibríes, etc.), alcanzó a tomar dimensiones descomunales e incluso fue un motor de la economía en algunas regiones (e.g. el mercado de pieles de garzas en Arauca). Desde el punto de vista del descubrimiento de la diversidad de las aves de Colombia, la exportación de pieles por parte de colectores profesionales hacia Europa jugó un papel fundamental, pues muchas aves fueron descubiertas para la ciencia con base en ese tipo de material, que llegó a ser conocido ampliamente como las "pieles de Bogotá". Incluso hasta hoy, la presencia de algunas aves en Colombia, como es el caso de la caica Gallinago imperialis, sólo ha sido documentada mediante material incluido en esas colecciones antiguas cuya procedencia precisa es incierta.

Quizás el ave más emblemática de lo que representaron las pieles de Bogotá para el conocimiento de nuestra biodiversidad es Heliangelus zusii, un colibrí descrito en 1993 por Gary Graves a partir de un único ejemplar obtenido en Bogotá e ilustrado acá en esta pintura por Jon Fjeldsa. Este ejemplar actualmente se encuentra en la colección de la Academia de Ciencias Naturales de Philadelphia tras ser enviado allí en 1947 por el Hermano Nicéforo María para que lo estudiara Rodolphe Meyer de Schauensee, uno de los mayores expertos en las aves colombianas de mediados del siglo pasado. El espécimen fue comprado por Nicéforo en Bogotá en 1909 y no cuenta con ningún dato de localidad, sexo o colector. Sin embargo, tras descartar varias hipótesis alternativas (la más importante de las cuales era que este colibrí representaba un híbrido entre otras especies de colibríes), Graves concluyó que el ejemplar de Nicéforo era el único representante conocido de una especie no descrita, de distribución incierta y presumiblemente extinta. La nombró H. zusii como homenaje al ornitólogo Richard Zusi.

Una de las discusiones más amplias que ha tenido el comité de clasificación de las aves de Sur América, del que hago parte hace unos años, es la del caso de H. zusii, el cual ha sido examinado en dos ocasiones distintas (1,2). Las opiniones de distintos miembros del comité al momento de esas discusiones reflejan la incertidumbre que ha rodeado a esta ave desde que Nicéforo la vio por primera vez: algunos no tenían problema con reconocerla como una especie válida mientras que otros aún tenían profundas dudas en cuanto a la posibilidad de que representara un híbrido, especialmente considerando que su procedencia era desconocida por lo que el número de potenciales especies parentales sería bastante grande. Tras esas discusiones parecía claro que la resolución del debate sobre H. zusii sólo llegaría mediante una de dos posibles vías: el hallazgo de una población silvestre de esta ave o el uso de información nueva que permitiera poner en la balanza las dos hipótesis plausibles (especie distinta, desconocida en vida y probablemente extinta, o híbrido).

El misterio de H. zusii se ha solucionado gracias a una publicación de Jeremy Kirchman y colaboradores aparecida hoy en el sitio de internet de la revista Biology Letters. Los autores lograron extraer y secuenciar fragmentos del ADN mitocondrial del único ejemplar de
H. zusii y compararon sus secuencias de nucleótidos con las de otras especies de colibríes que habían sido producidas por varios investigadores en estudios previos. El resultado es tajante: no sólo H. zusii es un ave distinta genéticamente de todas las especies de colibríes conocidas, sino que está distantemente emparentada con todas las demás especies del género Heliangelus. De hecho, los análisis filogéneticos que hicieron Kirchman y sus colegas (entre los que se incluye Graves, quien al final tenía razón!) sugieren que los parientes más cercanos de este colibrí son otros dos géneros de colibríes colilargos de Sur América, Aglaiocercus y Taphrolesbia. Con base en estos resultados, es claro que el colibrí comprado por Nicéforo no sólo sí representaba una especie nueva para la ciencia, sino que lo correcto sería tratarlo como el único representante de un género nuevo. Lamentablemente, este género parece estar extinto, aunque aún existe la esperanza de que en alguna parte del norte de Sur América persista una población...

Esta fascinante historia es una prueba más de la enorme importancia de las colecciones biológicas depositadas en los museos de historia natural, que pueden ser evaluadas y reevaluadas a través del tiempo. Para el momento en que Nicéforo compró el colibrí (e incluso para cuando éste fue enviado a Estados Unidos), ni siquiera se habían publicado los trabajos seminales de Watson y Crick que describieron al ADN como la molécula responsable por la transferencia de información genética de generación en generación. Sesenta años después de la llegada del colibrí a Philadelphia, las nuevas técnicas de estudio de ADN antiguo han permitido resolver este misterio ornitológico, que nos enseña aún más acerca de todo lo que pudo existir en ese "mundo perdido" del que habló Graves en su descripción de H. zusii. Irónicamente, hace unos pocos años la Academia de Ciencias Naturales de Philadelphia, donde por años se conservó el ejemplar de H. zusii, decidió prescindir del curador de su colección ornitológica...